martes, 4 de junio de 2013

EN BLANCO



Tengo catorce años, mis padres dicen  que tengo…tengo problemas. Eso es lo que piensan, y de alguna u otra manera necesitan apartar las miradas que caerían sobre ellos si no cuidaran de mí.
Cuando plasmo en las hojas de mi cuadernillo sus miedos y mis esperanzas, acuden a su psicólogo para ponerlo al tanto de mis movimientos, para que éste les cure el tener que acariciar un espejo cada vez que se encuentran con mis borradores por la casa.
Ese hombre los exorciza, les vende soluciones y explicaciones que no comprometan su imagen, les llena las manos de pastillas, las mismas manos que ahorcan su libertad.
Aún así estoy un tanto ansioso por estar frente al famoso psicólogo  y ver qué es lo que tiene para mí, saber cuáles serán los trucos que utilizará para atraparme.
Hoy es el día. Es breve el transcurso entre mi cama y el despacho del hombre. Voy acompañado de mis padres, quienes una vez que entro al lugar sagrado se quedan mirándome como pensando “ahora estamos completos”. Al entrar a la sala veo diplomas y títulos, pero lo que más me llama la atención son los retratos que hay en una mesa al lado de un gran sillón. Todas fotos con su familia, felices y sonrientes. Esto dentro de un lugar carente de todo afecto, es como un lugar en blanco donde uno viene a neutralizar sus problemas. Aunque no lo advertí a primera vista, ahí estaba el hombre del día, quien se levantaba para recibirme.
Tomé asiento. Pidió que le contara por qué estaba ahí. Sin decir una palabra abrí mi mochila, saqué mis garabatos y cubrí sus retratos con ellos. El hombre se quedó mirándome extrañado. Descolocándolo aún más le repetí su pregunta.
-Para ayudarte, respondió.
Pensaba ayudarme y aún no advertía mi problema.
Le pedí que mirara uno de mis dibujos. Se acercó a la mesa y lo tomó con su mano derecha. En silencio lo miró por varios minutos.
El dibujo de este chico se mezcló con la foto de mi familia, la invadió, invadió mi mente, acuarelas que se retorcían, era yo, rodeado de mareos, yo era el de los problemas, problemas que se formaron en las sombras de una casa de infancia en la que se convirtió mi consultorio. Me mira, la foto me está mirando, Este chico se había convertido en las paredes, en el techo, ¿cuántas cosas simulé resolver con mis métodos?, esta no era una de ellas, ahora era lo mío lo que debía desenmarañar.
No había raíz de mis tormentos, y es que yo estaba acostumbrado a buscar en situaciones ya dadas, sin un significado específico, sólo falencias emocionales, ¿pero qué clase de falla era la mía?


Volví de un golpe a la realidad, con el niño en mi consultorio. Cuando vinieron sus padres a buscarlo sentí que se estaba llevando algo de mí que no quería mostrarme. Al cruzar las calles ya no era lo mismo, yo ya no era el mismo. Las cosas tenían otro matiz, no daba la hora de volver a ver a mi paciente la semana entrante e interrogarlo acerca de estas nuevas cuestiones mías.

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